Los más terribles de los espíritus maiar que se convirtieron en siervos de Melkor, el Enemigo Oscuro, fueron los que se transformaron en demonios. En la lengua de los altos elfos, se llamaban valaraukar, pero en la Tierra Media recibían el nombre de balrogs, que significativamente, quería decir «demonios de poder».
De todas las criaturas de Melkor, sólo los dragones los superaban en fiereza. Pesados y voluminosos, los balrogs eran demonios con apariencia humana dotados de cabelleras de fuego y apéndices nasales que expelían abrasadoras llamaradas.
Daba la impresión de que se movían dentro de nubes de sombras negras y de que todos sus miembros podían retorcerse haciendo una y mil fintas como fueran capaces de hacerlo las serpientes.
La principal arma de los balrogs era el látigo de fuego de múltiples correas, y, aunque también llevaban mazas, hachas y espadas llameantes, era aquel instrumento el más temido por sus enemigos.
Tan horriblemente espantosa era el arma que la temible Ungoliant, la gran araña que ni siquiera los valar pudieron destruir, fue expulsada del reino de Melkor gracias a los briosos latigazos de los demonios balrog.
El individuo más infame de la raza balrog era Gothmog, señor de los balrogs y gran capitán de Angband. En las guerras de Beleriand cayeron tres señores elfos bajo el látigo y el hacha negra de Gothmog.
Después de la batalla bajo las Estrellas, Fëanor, el más célebre rey de los elfos, fue abatido por Gothmog en las mismas puertas de Angband. Por otra parte, en la batalla de la Llama Súbita, dio muerte a Fingon, rey supremo de los noldor. Y finalmente, de nuevo al servicio de Melkor, el monstruoso Gothmog encabezó las huestes de balrogs, su guardia de trolls, las legiones de orcos y la manada de dragones en el asalto y saqueo del reino de Gondolin, durante el cual murió Ecthelion, el señor elfo. Pero fue allí mismo, durante la caída de Gondolin, en la plaza del Rey, donde Gothmog encontró su fin a manos de Ecthelion, a quien él mismo acababa de herir mortalmente.
En todos los levantamientos y batallas de Melkor, los balrogs siempre se contaban entre los más fieros guerreros, y así, cuando el holocausto de la guerra de la Cólera cerró definitivamente el reinado de Melkor, terminó también la vida de esta raza de demonios que habían causado tantos estragos en todos los reinos de la Tierra Media.
Se dijo que algunos huyeron de la última batalla y se escondieron en la profundidad de las montañas, pero transcurrieron muchos millares de años sin que se volviera a saber nada de estos seres malignos, y la mayoría de la gente creyó que los balrogs habían desaparecido de la Tierra para siempre.
No obstante, durante la Tercera Edad del Sol, los enanos de Moria, que eran grandes excavadores y siempre exploraban las minas del lugar, dejaron salir por accidente a un demonio sepultado.
Una vez liberado, el perverso demonio abatió a dos reyes enanos y, después de convocar a orcos y trolls para que lo ayudaran, expulsó a los enanos de Moría para siempre. Según se cuenta en el «Libro Rojo de la Frontera Oeste», el dominio del balrog continuó prevaleciendo durante más de dos siglos, hasta que, por fin, ese horrendo espíritu maiar fue arrojado del pico de Zirakzigil por el mago Gandalf el Gris después de la batalla librada en el puente de Khazad-dûm.
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