Es más grande incluso que un Ojáncano. El nacimiento del
Roblón es muy curioso... Según cuentan los ancianos era un roble normal y
corriente, aunque viejo, que tenía un enorme hueco en el tronco. Una tarde de
tormenta se cobijó en el hueco de su tronco una bellísima muchacha.
Empapada y aterida como estaba se apretó contra las paredes
del hueco y el árbol, ante la tibieza de aquél cuerpo y el aliento de aquella
boca sonrosada, sintió como la savia le corría más rápido por el tronco hasta
que acabó estrechando a la mocita en un abrazo mortal.
El árbol absorbió la
sustancia y los humores de aquel joven cuerpo y aquella nueva savia hizo crecer
desmesuradamente al roble, cuyas raíces se extendieron por los alrededores
robando a los árboles y arbustos cercanos, no sólo su agua y alimento sino
también su savia.
De este modo el Roblón acabó teniendo un aspecto
extrañísimo. Su larga cabellera era de hierba casi seca, que caía en grandes
mechones desde sus ramas más altas. La frente, ancha y rugosa era de haya. La
nariz era una rama de encina, las barbas eran un bosque de matas de brezo,
debajo de la cabeza le salían dos troncos de abedul que eran los brazos, con
multitud de ramas como dedos. Y las piernas robustas y nervudas, eran fresnos
de todos los tamaños. De roble sólo le quedaban las mandíbulas y el corazón.
En cuanto a los ojos, eran los de la muchachita, que,
abrasados de dolor, aparecían envueltos por una mata de espino que llenaba
totalmente las cuencas y ardía sin consumirse, de modo que , por la noche
parecían dos lunas.
Después de esto el Roblón se empezó a mover, convirtiéndose
en el azote de la Montaña. Sus pisadas hacían temblar los bosques, su
respiración agitaba las ramas de los árboles y su sombra parecía la de una
nube. Destrozaba todo lo que había a su paso, fueran cabañas, setos, paredes y,
sobre todo, fuentes, a las que acudía a meter sus raíces para absorber por los
pies todo el agua que podía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario