La planta llamada mandrágora confina con el reino animal, porque grita cuando la arrancan; ese grito puede enloquecer a quienes lo escuchan. Pitágoras la llamó antropomorfa, el agrónomo latino Lucio Columela, semi-homo, y Alberto Magno pudo escribir que las mandrágoras figuran la humanidad, con la distinción de los sexos. Antes, Plinio había dicho que la mandrágora blanca es el macho y la negra es la hembra. También, que quienes la recogen trazan alrededor tres círculos con la espada y miran al poniente; el olor de las hojas es tan fuerte que suele dejar mudas a las personas. Arrancarla era correr el albur de espantosas calamidades; el último libro de la Guerra judía de Flavio Josefo nos aconseja recurrir a un perro adiestrado. Arrancada la planta, el animal muere, pero las hojas sirven para fines narcóticos, mágicos y laxantes.La forma humana de las mandrágoras ha sugerido la superstición que éstas crecen al pie de los patíbulos. Browne habla de la grasa de los ahorcados; el novelista Ewers de la simiente. Mandrágora, en alemán, es Alraune, antes se dijo Alruna; la palabra trae su origen de runa, que significó misterio, cosa escondida y se aplicó después a los caracteres del primer alfabeto germánico. El Génesis ( XXX, 14 ) incluye una curiosa referencia a las virtudes generativas de la mandrágora.
"Es difícil empresa para los hombres arrancarla del suelo, pero los dioses son todopoderosos".
"Es difícil empresa para los hombres arrancarla del suelo, pero los dioses son todopoderosos".
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