Como hemos visto los Monstruos del Mar Cantábrico no suelen
atacar al hombre... y... por el contrario... hemos visto que hay algunos
entierra... como el Ojáncano... que pueden resultar muy dañinos... cuando no
mortales.
Pero con todo... no es nada comparado a los atroces y
sanguinarios monstruos cavernícolas. Si no creéis en la existencia de estos
seres que a continuación os voy a describir... tan solo deberéis hacer una
excursión a los montes de Tresviso... allí veréis como los cuegles y los
culebres realmente existen...
Aquí encontramos la diferencia entre el animal y el
monstruo... Lo más característico de los animales es comer para seguir
viviendo... y... por muy depredadores que sean... se ponen límites para
asegurar la despensa en el futuro... No ocurre así en el caso del culebre...
que como hemos dicho sólo se le mantiene a raya entregándole carne humana...
Por tanto, es un monstruo... ya que los animales
matan moderadamente para alimentarse, mientras que el monstruo nunca se ve
lleno o necesita ser cruel
OJANCANO
De entre todos los seres extraordinarios que pueblan las
montañas, valles y bosques cántabros... de entre los mitos que vivieron o viven
en tierra española... de entre todos los monstruos que cautivan y atormentan la
imaginación... de entre los ogros que atormentan a los niños y amedrentan a los
hombres... de entre todos los símbolos del mal, la crueldad y la brutalidad,
aquel que sobrepasa a todos por su estatura, fuerza, fiereza, monstruosidad y
perversidad es el Ojáncano, salvaje habitante de las profundas y tétricas
cavernas perdidas en los más recónditos parajes de la Montaña. El Ojáncano,
sólo abandona su guarida por la noche... para salir a sus diabólicas y
destructoras correrías.
Nos encontramos ante un descomunal gigante, tan alto como
los árboles más altos del bosque y más robusto que los duros peñascos que
sostienen las montañas. Sus pies... enormes y descalzos, dejan en prados y
caminos unas huellas que son inconfundible señal de alarma. Tiene diez dedos en
cada pie, terminados cada uno de ellos en una uña acerada y potente.
Su barba enmarañada oculta la parte delantera de su cuerpo y
en ella, entre pelos bermejos y gruesos, encontramos un inconfundible pelo
blanco. Este pelo blanco es el punto débil del Ojáncano: si alguien consigue
arrancárselo, el poderoso gigante morirá inmediatamente.
Por encima de la barba se eleva la cabeza grande y horrible,
donde distinguimos sus fauces escalofriantes y sanguinarias, su narizota
enorme... y su único ojo bajo la frente. Se trata de un ojo gigante, un ojo
enorme y brillante como un ascua, ojo de mirada siniestra y feroz, ojo
agudísimo que lo ve todo por muy distante que esté, ojo que hay que cegar para
poder acercarse a arrancar el pelo blanco de la barba.
Todas las maldades del monte son obra del Ojáncano: aun
cuando no está enfadado ciega las fuentes, resquebraja los árboles más útiles,
arranca el pelo a las vacas, esparce el heno amontonado, vuelca los carros,
atraviesa troncos en los caminos, derriba cercas y tapias, rapta mozas e
incluso princesas... No se sabe
exactamente cuántos Ojáncanos y Ojáncanas han existido o existen en los
inaccesibles montes cántabros, pero sí se sabe que algunas cavernas en las que
vivieron o viven llevan su nombre... Sólo seres sobrenaturales, como un duende
o una Anjana, pueden proteger a los hombres del Ojáncano y castigarlo.
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